James George Frazer. La rama dorada: magia y religión. (The Golden Bough: A Study in Magic and Religion)
"Cuando por primera vez puse mi lápiz en el papel para escribir la rama dorada no tenía concebido la magnitud del viaje en el cual me embarcaría; Pensaba que solamente tenía que explicar una sola regla de un antiguo sacerdocio italiano."
"¿Quién no conoce La rama dorada, el cuadro de Turner?
La escena, bañada en el dorado resplandor con que la divina imaginación del
artista envolvía y transfiguraba hasta el más bello paisaje, es una visión de ensueño
del pequeño lago del bosque de Nemi, llamado por los antiguos "el espejo
de Diana" [Lacus Nemorensis, de 5 y medio kilómetros de diámetro, 30
metros de profundidad y 90 de farallones sobre el nivel de las aguas, es un
cráter extinto y subsidiario del cráter Albano, al este del lago de este
nombre.] Quien haya contemplado las quietas aguas encunadas en uno de los
verdes repliegues de las colinas albanas, no podrá olvidarlo. Las dos aldeas
italianas típicas, que dormitan en sus laderas, y el palacio, cuyos jardines en
terraplén descienden hasta el lago, apenas rompen la quietud y soledad de la
escena. Diana misma podría frecuentar aún la solitaria orilla; aún podría
aparecer entre el boscaje.
The Golden Bough J. M. W. Turner
Oil paint on canvas1041 x 1638 mm
frame: 1455 x 2046 x 110 mm Tate Britain
En la Antigüedad este paisaje selvático fue el escenario de una tragedia
extraña y repetida. En la orilla norteña del lago, inmediatamente
debajo del precipicio sobre el que cuelga el moderno villorrio de Nemi,
estaba situado el bosquecillo sagrado y el santuario de Diana Nemorensis
o Diana del Bosque. Lago y bosque fueron denominados, en ocasiones,
lago y bosque de Aricia, aunque el pueblo de este nombre (modernamente
La Riccia) estaba situado unos cinco kilómetros al pie del monte
Albano y separado por una pendiente del lago, que yace en una concavidad,
a modo de cráter, en la falda de la montaña. Alrededor de cierto
árbol de este bosque sagrado rondaba una figura siniestra todo el día
y probablemente hasta altas horas de la noche: en la mano blandía una
espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cual si esperase a
cada instante ser atacado por un enemigo. El vigilante era sacerdote y
homicida a la vez; tarde o temprano habría de llegar quien le matara,
para reemplazarle en el puesto sacerdotal. Tal era la regla del santuario:
el puesto sólo podía ocuparse matando al sacerdote y substituyéndole en
su lugar hasta ser a su vez muerto por otro más fuerte o más hábil."
James George Frazer
Diana cazadora, Primera Escuela de Fontainebleau
1550-1560,
óleo sobre madera, llevado a lienzo,
192 × 133 cm, Museo del Louvre, París
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