Lucia Berlin
Dice el escritor y premio Nobel (2001) Vidiadhar Surajprasad
Naipul fallecido el mes pasado: "Leo un fragmento de texto y con solo uno o dos párrafos sé si lo ha
escrito una mujer o no. Creo que [eso] no está a mi nivel" (London Evening Standard en 2011).
Lo dice porque cree que la literatura firmada por mujeres peca de "sentimentalismo
y estrechez de miras".
En otras cuestiones podría tener puntos en común con este
señor pero aquí estoy en total desacuerdo. Quizá no dispongo de ese fino olfato para localizar hembras en
literatura. Me parece simplemente un pecado de soberbia: eliminar a todas esas
candidatas que están entre más de la mitad de la población mundial, y que le
podrían hacer sombra.
Sea por lo que sea, el caso es que yo no he leído aún a Naipul, quizá algún
día…no sé...no sé.
Lo que si he leído es a Isak Dinesen que como todo el mundo
sabe, y también Naipul, no es un tío.
Se llamaba Karen Blixen (Rungsted, Dinamarca, 1885-1962) y adoptó este
pseudónimo -con el que fue una celebridad- para poder publicar sus Sietecuentos góticos en EEUU. Fue una escritora que se podría decir que no hacía literatura: para ella la escritura
era algo tan natural como comer: era su visión del mundo, su forma de relacionarse
con el. Me encanta el cuento, por eso Blixen está entre mis escritores
favoritos: la mejor literatura en este género. Pero además de Blixen he encontrado otra santa para mi devoción...
gracias a un regalo y al fino olfato literario (que no hace distinción de sexos pero sí es
sensible a la excelencia) de Ana L.: los cuentos de Lucia Berlin (Juneau,
Alaska,1936 - Marina del Rey, L. Á., 2004) reunidos en Manual para mujeres
de la limpieza.
Estamos ante una escritora que el marketing etiqueta como maldita: sí... ¡maldita suerte! le llega el éxito en 2015 (en España será en 2016) cuando ya llevaba una década muerta. Esto del malditismo podría ponernos en alerta, pero no, es una escritora fantástica, llena de matices y con el tono y ritmo justo: música. Da la sensación que todo tiene cabida en sus historias, los amores y desamores, su áspera y particular familia, los hijos que saca adelante ella sola, episodios de penuria económica, alcoholismo, sus innumerables mudanzas y variados trabajos alimenticios. Y entre ellos el de mujer de la limpieza que da título a una de sus historias y al libro que tenemos entre manos.
Estamos ante una escritora que el marketing etiqueta como maldita: sí... ¡maldita suerte! le llega el éxito en 2015 (en España será en 2016) cuando ya llevaba una década muerta. Esto del malditismo podría ponernos en alerta, pero no, es una escritora fantástica, llena de matices y con el tono y ritmo justo: música. Da la sensación que todo tiene cabida en sus historias, los amores y desamores, su áspera y particular familia, los hijos que saca adelante ella sola, episodios de penuria económica, alcoholismo, sus innumerables mudanzas y variados trabajos alimenticios. Y entre ellos el de mujer de la limpieza que da título a una de sus historias y al libro que tenemos entre manos.
Lucía Berlin
Con Lucía Berlin da la sensación de vivir sus historias,
todas tan diferentes, con total naturalidad y siempre con chispa, con ese punto
de humor, tan sutil, certero y humano…incluso
en los episodios más tristes: sea una enfermedad terminal o una alcohólica apurando
todas las posibilidades de buscar una botella contra viento y marea. Dice Lucia
B:
No me importa contarle a la gente cosas terribles si puedo hacerlas
divertidas.
Mi cuento favorito es un viaje en coche (Coche eléctrico. El Paso) con dos abuelitas, piloto y copiloto, contado
por una niña, todo el trufado con citas bíblicas. Ese que empieza describiendo
el coche, atentos a todos esos pequeños detalles, como ese hilo en el texto que es todo uñas, ja ja ja:
Parecía un coche cualquiera, salvo porque era muy alto y corto, como un
coche estampado contra una pared en una tira cómica. Un coche con los pelos de
punta. Mamie subio delante, y yo me monté detrás.
Entrar allí era como rascar una pizarra con las uñas. Las ventanillas estaban cubiertas por una capa de polvo ocre. Las paredes y los asientos eran de terciopelo enmohecido y polvoriento. Marrón topo. En aquella época me mordía mucho las uñas.
Entrar allí era como rascar una pizarra con las uñas. Las ventanillas estaban cubiertas por una capa de polvo ocre. Las paredes y los asientos eran de terciopelo enmohecido y polvoriento. Marrón topo. En aquella época me mordía mucho las uñas.
Cuenta la mujer de la limpieza:
En cuanto me pongo a trabajar, antes de nada compruebo dónde están los
relojes, los anillos, los bolsos de fiesta de lamé dorado. Luego, cuando vienen
con las prisas, jadeando sofocadas, contesto tranquilamente: «Debajo de su
almohada, detrás del inodoro verde sauce». Creo que lo único que robo, de
hecho, son somníferos. Los guardo para un día de lluvia.
Dice que los guarda para un día de lluvia. Así termina el párrafo: ras, ras, tras, plum, crash...y la lluvia. Es como el mecanismo de un reloj, como un plato exótico con una inesperada combinación...es perfecto (señor Naipul) Y es que todo es así, no hay relleno, se dice lo justo y de
tal manera que no se pueda contar mejor. Se respira aire fresco, amor, libertad,
belleza y mucha vida. Después de leer a Lucia Berlin ya no puedo leer a grandes literatos. Es que se me hace un
bolo en la boca, se me llenan los carrillos y nada, que no trago. Algún día
leeré a Naipul, tal vez…puede…no sé, no sé. Quizá con una buena jarra de cerveza en la otra mano...y a sorbitos.
Manual para mujeres de la limpieza (cuento)
Manual para mujeres de la limpieza (cuento)
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