El paisaje, como género
independiente, aparecerá tardíamente en la pintura española, y verdaderamente
no empezará a tener importancia hasta la toma de posesión de la cátedra de
Paisaje en Bellas Artes, en Madrid en 1857, por el pintor de origen belga Carlos
de Haes. Con él y con sus alumnos paisajistas comienza una vía moderna en el
arte español con características propias que no olvida la tradición de los
paisajes de Toledo de El Greco, o de esos fondos serranos que aparecen en los
retratos de corte de Velázquez, o en los cuadros de Goya (Pena, 2010)
Francisco Menéndez-Morán. El
estío en el paisaje de Santa María, 2012, óleo s. tabla 94 x 130 cm.
Y esta vía de la pintura española
de paisaje tomará aún mayor personalidad bajo la influencia del ideario de la
Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos en 1876.
La Institución tuvo un papel destacado dentro de un movimiento intelectual
progresista “encaminado a buscar la verdadera España, según ellos alienada
cultural y socialmente, en absoluta decadencia.”[i] La
Institución tendrá en la geografía moderna, en el conocimiento del territorio y
en el arte, especialmente en la pintura de paisaje, uno de sus pilares
fundamentales en la regeneración nacional por medio de la educación. Y precisamente
uno de los discípulos más destacados de Haes será Aureliano de Beruete que, además
de profesor, será uno de los fundadores de la Institución.
Francisco Menéndez-Morán. Luz
de verano, 2012, óleo s. lienzo 200 x 200 cm.
Respecto a la importancia de la pintura de paisaje escribe Giner:
“La pintura de paisaje es el más
sintético, cabal y comprensivo de todos los géneros de la pintura”.
Da comienzo entonces un viaje
fascinante que aún no ha agotado sus posibilidades de conocimiento e
interpretación del territorio que habitamos. Dice Heidegger que “ser hombre significa habitar: estar en la
tierra como mortal, significa habitar.”[ii]
Y el pintar un paisaje precisamente consiste en esto, en construir un espacio
que sirva de morada para todo aquel que deja reposar en el su mirada. Y este
espacio pintado lo habita primeramente el pintor.
Francisco Menéndez-Morán. Paisaje
redondo de invierno desde la terraza, s.f. óleo s. tabla 100 cm.
Se inicia una larga estirpe de excelentes pintores, amantes del
paisaje, desde Haes, luego Beruete, Morera, Mir, Muñoz Degrain, Regoyos,
Riancho, Lhardy, Rusiñol, Urgell, también Amárica, Anglada Camarasa, Sorolla,
Zuluaga, Sunyer, Caneja, Meifrén, Ortega Muñoz, Palencia y tantos otros. Hasta
pintores más contemporáneos como Galano,
Savater, Risueño, Aquerreta, que continúan y renuevan esta forma de entender el
paisaje, nuestra relación con el mismo, utilizando este soporte de mecanismo
tan sencillo como inagotable en sus posibilidades. Y que toma nuevo sentido
según van apareciendo en el arte nuevos soportes y aptitudes. Seguramente esta
pintura será casi desconocida para la mayoría de los aficionados, pero no para
aquellos que sienten predilección por el paisaje. Es un trabajo que sigue un
camino propio ajeno a los fuegos fatuos y a las tendencias que marca –y
visibiliza en diferentes canales- el mercado del arte.
Francisco Menéndez-Morán. El
pórtico, 2012, óleo s. lienzo 200 x 200 cm.
Uno de estos viajeros –estáticos- sobre el lienzo es mi vecino Francisco Menéndez-Moran. Tenemos una
cercanía no sólo geográfica, también comparto esa querencia por este paisaje que
nos rodea, este territorio interior mesetario tan lleno de presencias, ausencias,
silencios, sonidos, música sin letra y grandes extensiones donde se pierde la
mirada. Y al fondo de ese cielo inmenso, la tierra, en lo más profundo de este abismo
de pájaros. Estas obras de este artista invitan a sumergirse del mismo modo
que la obra de Olivier Messiaen a la que nos referimos. Son obras que no
necesitan de “cartelas”: esa patética costumbre, tan usual al mostrar el arte
más reciente, en el que un –aparente- “contenido” toma el protagonismo por
encima de la obra. Pero aquí, en la obra de Menéndez- Moran, permanece muda, es un no decir:
no pretende “expresar un concepto": -decía Schopenhauer[iii]-“el concepto es esteril, produce engendros inertes rigidos y amanerados.”
Francisco
Menéndez-Morán. Suelo rojo con nubes, s.f. óleo s. lienzo 81 x 130 cm.
En este caso estamos ante una obra de arte verdadera.
Una obra que se da como una revelación ante los ojos. Me imagino a nuestro artista en el
mismo estado que Giorgio de Chirico cuando nos describe su experiencia frente a
esa revelación.
Tuve entonces la
extraña sensación de que estaba viendo todo aquello por vez primera, y me vino
a la mente la composición del cuadro. Ahora, siempre que lo miro, veo de nuevo
aquel instante.[iv]
Lo sentimos cuando recorremos estos abismos de pájaros que pinta
Francisco M-M. Parece que esa acumulación de fondos, esas capas que se van
superponiendo en los lienzos no son sino una forma de encontrar el sustrato
original, profundo, el alma del paisaje, para crear esos paisajes del alma
que diría Miguel de Unamuno. Está ante nosotros en uno de sus cuadros ese
instante tan frágil y delicado…tan huidizo. Y mediante este ejercicio –verdadero-
de la pintura, esa generosa pobreza del bastidor, la tela, el aceite y el
pigmento, nos permitirá llegar a tanta altura en este amoroso lance -y
como en el poema sanjuanista- nos parecerá volar en ellos tan alto que parecerá
posible dar a la caza alcance. Qué son esos elementos que componen el
cuadro ¿son señales…dónde nos llevan? Contemplamos a través de ellos un mundo
donde el misterio aún se mantiene…desde el origen de los tiempos. Para Chirico, el primer hombre
Francisco
Menéndez-Morán. Depósito ovalado, s.f. óleo s. tabla 39 x 85 cm.
Hay señales para quien las quiera ver. Y es como un caer en la
cuenta, como la revelación del
enigma, que diría Chirico. De lo que siempre estuvo ahí, ante nuestros
ojos, en la meseta castellana, en Santa Mª de Riaza. Y como Azorín nos
quedamos, en callada quietud, solos ante el misterio
…ante
la vasta y
silenciosa llanura. Las
campanas han cesado de tañer. Me
he sentado en el alterón del camino y he tenido la vista por los anchos
sembrados, he contemplado las copas gráciles, enhiestas, de dos álamos que
asoman por encima de las bardas del cortinal, he atalayado las lejanas
blanquiazules montañas.[vi]
J.V.
Campillo de Aranda, 17.8.2018
Francisco Menéndez-Morán. Primavera por la tarde desde la terraza,
2013, óleo s. tela 66 x 92 cm.
Pena López, María Carmen. Paisajismo e identidad. Arte
español. Estudios Geográficos, [S.l.]. Dic. 2010, v. 71, n. 269, pp. 505-543. Disponible en web: <http://estudiosgeograficos.revistas.csic.es/index.php/estudiosgeograficos/article/view/320/320> ISSN
1988-8546
[i]
Giner de los Ríos, Francisco. Paisaje (1885), La lectura, 1915, v. I. En Pena
López, Mª del Carmen, Pintura de paisaje e ideología. La generación del 98. Madrid:
Taurus Ed. 1983.
[ii]
Heidegger, Martin. «Construir, habitar, pensar», en Conferencias
y artículos. Barcelona: Ediciones del Serbal, 1994.
[iii] Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Madrid:
Editorial Trotta, 2003, p. 72. Y también: “…el concepto, por muy provechoso que sea para la vida y por muy útil, necesario y productivo que resulte para la ciencia, para el arte es estéril a perpetuidad" Schopenhauer, Arthur. Ibíd. p. 277.
[iv]
Chirico, Giorgio de.
Meditaciones de un pintor (1912) En Chipp, Herschel B. Teorías
del arte contemporáneo fuentes artísticas y opiniones críticas. Madrid:
Ediciones Akal, 2005.
[v]
Chirico, Giorgio de. Misterio
y creación (1913) En Chipp, Herschel B. Ibíd.
[vi]
En 1912 publica Azorín su libro Castilla, dedicado a la memoria del
pintor paisajista Aureliano de Beruete. Azorín. Castilla. Edición de I. Fox, Madrid: Espasa Calpe, 1991.
4 comentarios:
Julián. Acabo de leer su reflexión sobre la obra de Menéndez-Morán. Le felicito. Me ha encantado el análisis que nos brinda; esos paisajes tan hondos y cargados de espiritualidad que, parafraseando sus ideas, nos regalan un instante de frágil felicidad.
Gracias. Montserrat.
Gracias Monserrat. Con la obra de Menéndez-Morán me pasa como con otros artistas que admiro, me da la sensación de que hay "verdad". Me refiero a una verdad que nada tiene que ver con la grandilocuencia. Que es frágil, fugaz y bella, pero deja su poso, como una revelación. Es ese pájaro que se ha posado un instante en el espino albar resplandeciente en la llanura. Que coge un fruto y desaparece, sin que nos de tiempo a reconocer su color. Y sólo queda esa sensación de verdad revelada... y el movimiento de la rama vacía.
Fernando Álvarez Cienfuegos.Soy Arquitecto y pintor...Arquitecto jubilado de la Consejería de Cultura.
Tu análisis crítico me parece excelente y cargado de conocimiento y sabiduría.
Es una crítica profunda y muy acertada
El rememorar a Heidegger , De Cghirico? Azorin y Machado es sustancial y esencial a el conocimiento de la pintura del Paisaje Español..Tan distinto al Paisaje francés, holandés, Inglés e incluso Italiano.
Es único en su estructura , su color y su luz .Véase Beruete , Mir , Anglada Cámaras, Rusiñol , y como no Ortega Muñoz , Caneja, Francisco Lozano , Benjamin Palencia etc ..Pintores absolutamente esenciales.
Menendez Moran es un pintor extraordinario de consumada técnica y gran sabiduría, dotado de una gran elegancia y de una magnífica capacidad de observación y reflexion
Gracias, Fernando. Compartimos la admiración por Paco M.M., la honestidad de su pintura. Su trabajo muestra como "hacer visible lo invisible", recordando las reflexiones de Merleau-Ponty apropósito de la pintura de Cezanne: en esa estela encontramos también a Menéndez-Morán. Visible e invisible, como las dos caras de una misma moneda: la visibilidad de lo invisible. La "piel" de las cosas. Ese "misterio de las cosas" de Alberto Caeiro-Pessoa: "las cosas no tienen significado: tienen existencia".
Vemos tantas cosas en las artes, todo tan cargado de significados, tan relleno de contenidos. Ramón Gaya hablaba de que "a una obra de arte no se le pueden poner cosas encima, ni dentro". Que "el arte no es vestir, sino desnudar". Que el artista no aspira "ni siquiera a comunicarse con los demás, sino al silencio". El hacer, simplemente, bien su trabajo. La obra ahí queda, sin ropaje, para ser acogida por quien después la descubre, o la habita. El misterio del umbral de una puerta, cuando somos verdaderamente conscientes de que atravesamos algo.
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