Secretamente eternos,
pero solos
entre las altas aves
del silencio.
Bronwyn, Juan Eduardo Cirlot.
La visita a Villacibio es un viaje en el tiempo. Seguimos
una carretera comarcal hasta este pequeño pueblo de la pedanía de Aguilar de
Campoo. A la vista un ramillete de casas con una larga historia y escasos vecinos. Desde
allí seguimos el camino de tierra que parte del pueblo paralelo al afloramiento
rocoso donde está excavada la iglesia. Y ya estamos con los pies en la ribera
del río del tiempo.
Al igual que cuando visitas otros templos, antes de entrar,
conviene pasar la mirada por su exterior y luego por su entorno. Pues hasta el más humilde templo es la imagen y el centro de un extenso y maravilloso mundo. Y si la “casa es nuestro rincón del mundo (…) nuestro
primer universo” [i], el primer hogar fue “templo” y la iglesia primera se consagró en una casa. El
primer refugio fue tumba, y en el mismo refugio o bajo la casa reposan los
antepasados, al igual en la iglesia. Templo y tumba, coinciden en la forma y en su orientación: la cabecera del templo al este y la cabeza de la tumba al oeste, para que al levantarse contemple el nuevo día en el Fin de los Tiempos.
Entremos en este espacio sagrado,
espacio transcendente, más allá del espacio físico.
San Pelayo de Villacibio es una de las pocas iglesias rupestres de la que
se conserva documentación histórica: doña Urraca firma una escritura en 1155 en
la que cedía “el convento de Santa María de Mave, con sus términos y aceñas,
así como la Cueva de San Pelayo”[ii] al
monasterio burgalés de San Salvador de Oña. Tiene una pequeña nave, orientada
de este a oeste, con iconostasio –aún se aprecian los machones donde quedaba
apoyado, y un ábside separado del presbiterio por una arcadura doble, uno de
ellos parece un arco de herradura. Al fondo hay excavadas dos hornacinas. La
advocación a San Pelayo –“ocupa un lugar privilegiado en el santoral mozárabe”[ii]-
lo relaciona con la repoblación, siglos
X- XI. Cerca de aquí, pero en la provincia de Burgos, en La Rebolleda, existía
otra ermita cueva que fue demolida a mediados del siglo pasado.
En este lugar, tanto en el interior
como en el exterior entramos en un
tiempo sin tiempo. Nuestro cuerpo
como un axis mundi, a los pies el valle, en la bóveda del cielo canta la
alondra.
[ii]
Alcalde Crespo, Gonzalo. Iglesias
rupestres. Olleros de Pisuerga y otras de su entorno, Edilesa, 2007, León,
p.29.
No hay comentarios:
Publicar un comentario