A Ua Crag, una década de inundación creativa. José Ignacio Gil. *
El visitante que llega a Castilla y León en esta
primera década del siglo XXI puede satisfacer su interés por el arte
contemporáneo describiendo un itinerario múltiple que le llevaría por buena
parte de las capitales de provincia de la Comunidad. El CAB (Centro de Arte
Caja de Burgos), el MUSAC (Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León) en
León, el DA2 (Domus Artium 2002 de Salamanca), el Museo Esteban Vicente de
Segovia o el Museo Patio Herreriano de Valladolid son los más sobresalientes
exponentes de espacios que han ido surgiendo en los últimos años como
escaparate cultural de las administraciones públicas o de la iniciativa
privada. La creación contemporánea ha pasado a estar de moda, dando actividad a
contenedores arquitectónicos impulsados, en algunos casos, como imagen icónica
de las ciudades que han pretendido seguir la estela del fenómeno socioeconómico
del Guggenheim de Bilbao. Un reciente escenario que en nada resulta parecido al
que ofrecía esta misma región hace veinte años. En aquella época y en términos
de arte, todo lo que no era o pasaba por Madrid, sencillamente no era.
Nos situamos en el último tramo del siglo pasado. En la localidad burgalesa de Aranda de Duero nace, se desarrolla y pone fin una experiencia artística colectiva cuya importancia, dos décadas después, continúa vigente. No sólo porque algunos de sus protagonistas se sitúan actualmente en primera línea del arte contemporáneo que emerge desde Castilla y León. También porque aquella audaz e insólita iniciativa, lejos de recordarse como un episodio de historia local, ha trascendido los años hasta ser reconocida su relevancia como caso excepcional en la escena artística nacional de una época entonces calificada como postmoderna.
A mediados de los años ochenta, un grupo de artistas, en su mayoría nacidos o con residencia en Aranda, constituye A Ua Crag como colectivo independiente y autogestionario de arte contemporáneo, que fija en la capital de la Ribera del Duero su taller de producción en una nave industrial de 750 metros cuadrados y abre una sala de exposiciones para la divulgación de la obra propia y la de otros artistas con los que existe sintonía personal y creativa.
No se trataba de un grupo que compartiese postulados
formales en su labor artística. Más bien al contrario, eran reflejo de
sensibilidades y procedencias teóricas dispares e, incluso, de trayectorias
inicialmente descompensadas, dado el lógico contraste que podía existir entre
el incipiente trabajo de los miembros más jóvenes con el sólido recorrido de
los más veteranos. Pero todos compartían dos características fundamentales. La
alta calidad en sus propuestas y la necesidad de articular un sistema para que
su obra pudiese visualizarse, rompiendo el aislamiento de una población situada
fuera de cualquier circuito del mercado del arte. No resulta descabellado
señalar como uno de los principales éxitos del grupo, su habilidad pragmática
para combinar una estructura de organización y una estrategia de marketing que
les permitió lanzar su obra de forma inmediata fuera de su ciudad, cuando
individualmente los resultados no hubiesen llegado, con toda seguridad, ni tan
lejos, ni por supuesto, tan rápido.
El hecho no deja de tener ciertas características
casi extraordinarias. Por un lado, sorprende la concentración en el tiempo de
un número considerable de artistas comprometido con los lenguajes más actuales
de la escena creativa en una pequeña ciudad sin ninguna infraestructura
cultural relevante y sin antecedentes que aparentemente justificasen dicha
eclosión. A lo largo del siglo veinte únicamente dos figuras de la comarca
habían trascendido a la historia del arte. La rupturista obra de Fermín Aguayo,
pionero de la abstracción española que, aunque nacido en Sotillo de la Ribera,
tuvo una peripecia vital alejado de su tierra. Y José Vela Zanetti, natural de
Milagros, localidad adonde regresó para pasar la última etapa de su vida
después de largos años de exilio. Consagrado como uno de los máximos exponentes
de un característico realismo castellano, su obra pertenecía a otro tiempo sin
conexión con el gusto de los jóvenes artistas.
A Ua Crag empieza su historia jugando con su propio
nombre. Un apelativo de fuerte sonoridad que deriva del sustantivo agua y del
adjetivo crujiente. El colectivo establece así sus credenciales. Agua como
punto de origen, el de una ciudad surcada por tres ríos –Duero, Bañuelos,
Arandilla- como corriente vital, como curso de comunicación. Crujiente como
vocación de armar ruido, de amplificar su propuesta creativa hacia el exterior,
de ruptura como innovación, de alternativa al silencio, a la nada. (“Nunca pasa
nada” es el título de la única película rodada en la ciudad ribereña, dirigida
por Juan Antonio Bardem a principios de
los años sesenta). También hay un componente de resistencia. Todos sin
excepción reivindicaron la posibilidad de seguir trabajando en su lugar de
residencia, de hacer viable la proyección al exterior de su trabajo sin
necesidad de abandonar el propio entorno.
La participación en tres ediciones de ARCO
proyectaría el grupo a la escena nacional, para dar paso a continuación a la
etapa de mayor repercusión, con proyectos internacionales de intercambio con
grupos de Alemania, Francia, Bélgica, Holanda y Canadá, en los que se formula
la producción artística en relación al lugar donde se interviene.
A Ua Crag también complementó su experiencia
creativa desplegando su energía en distintas iniciativas editoriales,
actividades pedagógicas y otros proyectos paralelos como el II Partido de la
Montaña, Red District o La Constructora. Y además, desde una visión
estrictamente local, pero nada despreciable para quienes pertenecemos a esta
ciudad, A Ua Crag representó una gratificante inyección de oxígeno a la
actividad cultural de Aranda, convirtiéndola en escenario protagonista de una
actividad artística sin precedentes.
El colectivo también se puede definir por lo que no
fue. No se trataba de un grupo que postulase una determinada corriente
creativa, ni que firmase una obra común como era el ejemplo de otras
experiencias conocidas del arte español de décadas anteriores. En este caso
funcionaba la maquinaria de un proyecto común mediante la suma de
individualidades de muy diversos planteamientos creativos. Como ya se ha indicado,
tampoco pertenecía al circuito establecido del arte con sede en Madrid. Nació
geográficamente fuera de lugar, en la periferia, como tantas veces se señala al
hablar de A Ua Crag.
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