Hay un cordel de merinas circular que rodea el término de Campillo. Es la vía más cercana para hacer incursiones en los perdidos donde nacen las setas de cardo. Este marquesado de los seres vivos pertenece a un rango mayor desde que, en 1969, el botánico estadounidense Robert Whittaker los dividiera en cinco reinos: Protista, Plantae, Monera, Animalia y nuestro querido Reino Fungi.
Alguien -un experto cuyo nombre no recuerdo- describía de una forma sencilla a las setas -y al resto de su familia- como frutos de las ramificaciones de un árbol que se extiende plano en el suelo. Cada uno de estos árboles fructifica de una forma diferente: unos dan frutos aislados, otros en sus ramas externas…Esta descripción nos hace recordar -una vez más- lo que todos sabemos y olvidamos con facilidad: la Tierra está viva. Paseando por el campo, cuando buscamos setas, es como caminar por el lomo de una enorme ballena. Entras –casi- en un estado de conciencia holística*. Vas como un iniciado jainista, de puntillas por el campo, en busca de la seta de cardo. Por cierto, no hay que asociarlas exclusivamente con los perdidos llenos de cardos. Puedes recorrer una paramera, un infierno de pinchos –como el inmenso océano- y no encontrar ni una, y después que se te aparezcan varias, junto a tu pie, en el borde de un camino. Parece ser que tienes que ir como sin demasiado interés, con la navaja cerrada –para no asustarlas, y sobre todo –lo digo siempre- con la mente en blanco, como un cazador con los sentidos abiertos de par en par (esta comparación ya se que no les gusta a los jainistas, ruego me perdonen) olisqueo el fruto, el adorado aroma, y me dejo llevar como un zahorí.
Una vez integrado en este Reino, recoges y disfrutas. Cuando vuelvas a casa disfrutaras alimentándote…y retroalimentándote con las sensaciones pasadas. Esto también tiene relación con la pintura de paisaje (el caso es acabar donde siempre, ruego me perdonen) ya que puedes quedar envuelto en el instante o recuperarlo del pozo sin fondo donde se acumulan las experiencias pasadas. En este pozo de decantación se extrae algo frágil y leve…como un aroma: así es la pintura de paisaje:
aroma…. tacto y gusto.
Hay un libro que celebra la riqueza inagotable del mundo: no puede tener otro título que Celebraciones de Michel Tournier. Más allá de su aparente disparidad, estos ochenta y dos textículos (sic) hablan del valor fundamental de la rodilla, de San Cristóbal o del odio que se tienen los árboles entre sí. En el capítulo Naturalia recuerda a su profesor Gastón Bachelard, en su cátedra de filosofía de la Sorbona blandiendo dos juguetes infantiles –peonzas de madera- que el niño toca, e incluso chupa, tanto como mira: el grano, las líneas y los nudos contenían una lógica e incluso una moral muy provechosas para el niño, nos decía.
Continua Tournier recordándonos que sólo la madera se puede tocar. Y preguntándose qué es una caricia, se contesta: es un roce que toma posesión de la materia profunda.
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