El caso de Giacometti. En 1966, Berger escribió un ensayo sobre una foto de Giacometti. Caminaba encorvado bajo la lluvia con aire desamparado, como de sin techo. "No creo que haya habido otra obra más modificada tras la muerte del artista que la de Giacometti". "Ni siquiera era ya el artista que se bate en retirada. Era el artista que considera a la sociedad irrelevante", escribía entonces. Medita en silencio antes de dar su opinión sobre el precio alcanzado esta semana por una escultura del artista (74 millones de euros, el más alto de la historia). "Con una o dos excepciones, vivimos un periodo de medios de comunicación que pretenden hablar con seriedad del mundo que nos rodea, incluido el arte, pero que se centran en valores superficiales como el dinero. No me sorprende nada lo que ha ocurrido con la subasta, ¡es una auténtica mierda!".
Tereixa Constenla –El País_ Madrid - 08/02/2010
Foto de Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza, 1901 - Coira, Suiza, 1966) hecha por Henri Cartier-Bresson
Decía: "Me siento como un perro" [1] . No puede ser más claro, es Le Chien, un perro desgarbado, como de la calle, con las patas apuntando hacia todos lados, a punto de quebrarse, pero mal que bien parece insistir en seguir sin perder el sentido; su hocico largo marca la dirección y su cola en movimiento le da fuerza al cuerpo; el cuerpo parece ser el campo donde coinciden la cabeza y las extremidades, de tal forma que pierde materia; el cuello largo no es tan débil pero sostiene un gran peso encima. Puede ser el de la vida misma.
Pero, si nos desgarraramos de este análisis y nos vamos hacia la imagen como imagen, Le Chien tiene la figura de Giacometti sumergido en su pensamiento, silencioso, austero, va por el camino pero duda, parece que fuera a desistir, pero su espíritu es más fuerte que lo que le acongoja.
En la fotografía de Giacometti bajo la lluvia [2] , su figura equivale a la de Le Chien, inclinado hacia adelante, captamos uno de sus ángulos en el que su cabeza es lo que toma más valor, el cuerpo se pierde en la tela del abrigo que, con sus arrugas, resalta el rostro y deja salir sus piernas, que no parecen tener mucha fuerza.
[1] JULIET, Charles. Giacometti. Paris: Fernand Hazan, 1985.
[2] París Match. Fotografía tomada nueve meses antes de su muerte, y publicada una semana después.
GARCÍA YELO, María. “El Sublime Espacio de Alberto Giacometti”. Anales de Historia del Arte. Madrid: Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Facultad de Geografía e Historia. No 14, 2004, p, 229-250.
Una semana después de la muerte de Giacometti, la revista Paris−Match publicó una extraordinaria fotografía que había sido tomada nueve meses antes. En ella aparece Giacometti cruzando solo, bajo la lluvia, una calle de Montparnasse cercana a su estudio. Se protege la cabeza bajo la gabardina, pero sin sacar los brazos de las mangas. Sus hombros encorvados se ocultan bajo la gabardina. El efecto inmediato que produjo esta fotografía en el momento de su publicación se debió a que mostraba la imagen de un hombre extrañamente despreocupado por su bien estar. Un hombre que llevaba unos pantalones arrugados y unos zapatos viejos, mal preparado para la lluvia. Un hombre cuyas preocupaciones no tenían en cuenta el cambio de las estaciones. Pero lo que hace que esta fotografía sea extraordinaria es que sugiere mucho más sobre el carácter de Giacometti. La gabardina parece prestada. Se diría que no lleva nada debajo, salvo los pantalones. Tiene el aspecto de un superviviente, pero no en un sentido trágico. Está hecho a la situación; "como un monje", diría yo, especialmente dado que la forma en que se cubre la cabeza con la gabardina sugiere una capucha frailuna. Llevaba su pobreza simbólica con mucha más naturalidad que la mayoría de los monjes.[extracto del ensayo Giacometti]
Después de advertir que "la proposición última en la que Giacometti basó toda su obra de madurez consistía en la imposibilidad de llegar a compartir la realidad con alguien", escribe Berger: "El acto de mirar era para él una forma de oración; se fue convirtiendo en un modo de aproximarse a un absoluto que nunca conseguía alcanzar. Era el acto de mirar lo que le hacía darse cuenta de que se encontraba constantemente suspendido entre la existencia y la verdad". Y algo después cuando la noche ya se espesa sobre todos nosotros y el río, nos dice: Giacometti "fue obstinadamente fiel a su tiempo; un tiempo que debió de ser para él como su propia piel: el saco en el que había nacido. Y en este saco sencillamente no podía dejar de lado, sin dejar de ser honesto, su convicción de que siempre había estado solo y siempre lo estaría". Como cada uno de nosotros al acabar de leer este libro. Y sin embargo, y a pesar de todo, en esa forma de resistencia que es la luz que proyecta constantemente y cada noche este farero de las palabras, un extraño calor nos quema el pecho y nos hace pasar la sutil consigna de mano en mano, de ventana en ventana, como un morse que no es fácil descifrar.
Alfonso Armada. Nueva York, diciembre, 2000
extracto del prólogo Mirar de John Berger
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