La verdad de
las cosas: Cuando lleguemos al claro, un film de Márton Tarkovi, 2025.
Julián Valle, Campillo de Aranda, mayo, 2025
Con el tiempo y con las experiencias se van definiendo aquellas obras de arte que pueden conectar con nosotros, que ofrecen esta posibilidad. Muchas veces se nos presentan enigmáticas, nos fascinan y atrapan. Otras veces parece mostrar algo dificil de identificar que quedo solapado bajo la apariencia de una situación convencional. En cualquier caso, así se lo vemos en este film, lo que nos podría ofrecer es la presencia de las cosas. No busca desentrañar misterios ni explicar nada, tienen esa grandeza de ofrecerse al espectador sin un fin claramente determinado. Pero para ello tenemos que estar en disposición de tomar esto que se nos ofrece. Esa presencia que señala Péter Molnár, pintor y medium con el mundo, en esta obra de Tarkovi. ¿Es este el eje sobre el que gira Cuando lleguemos al claro? ¿Es la luz? ¿será esa la presencia que se visibiliza cuando se proyecta sobre los objetos, pues no vemos objetos lo que vemos es luz?
El pintor Molnár,
como el monje,[1]
son seres diferentes “no por lo que acontece en su interior, sino porque se
entregan conscientemente a la transformación. Se educan a sí mismos para el fin
que han elegido”[2].
Probablemente sea una misma búsqueda: esa luz, conocimiento, deslumbramiento, alumbramiento de la
obra. Molnár, a través de su obra minuciosa, pretende una conexión con otros
signos “de alguien que iba a ser humano, o ya lo era (…) dejar una huella”, nos
dice. Formar parte, desde su experiencia personal, de algo más extenso donde el
artista y sus “signos” dejan de ser lo importante. El auténtico artista, nos dice Pável Florenski, “no quiere
a toda costa alguna cosa que sea suya
propia, sino lo bello, lo objetivamente bello, es decir, la verdad de las cosas encarnada
artísticamente”[3].
El director,
Tarkövi, parece participar de esta transformación que nos abre los ojos a una verdad que no tiene objeto mientras registra aquello que acontece. Una experiencia transformadora que es dificil de compartir de
otro modo sino es con imágenes, con luz. La herramienta de registro parece
diluirse para que seamos nosotros los que acompañamos al pintor[4]. En otro
momento él aparecerá acompañado del director para certificar como la
cámara -y con ella nosotros- forma ya parte del entorno. Todo acontece, nos
toca como los rayos del sol en una piel húmeda. Pero tenemos que estar en disposición de acoger
la presencia de las cosas, como si fuera una luz que acaricia.
Mudos como
un árbol más o susurrantes con el viento. Mientras se oyen voces en la lejanía,
pájaros o “sonidos de herramientas manuales”. En este mundo que respira y de
ruidos muy leves Péter Molnar tararea. La filmación parece tener una naturaleza
biológica. Todo lo percibido se desarrolla a lo largo de la película como
inflorescencias, con la naturalidad y belleza de la hoja que se despliega desde
el tallo de un una planta, en la hora
azul, llegados al claro.
[1]
O el monje-pintor de Andréi Tarkovski: AndreiRublev.
[2]
Arthur Zajonc, Capturar la luz,
Ediciones Atalanta, Girona, 2015, p.344.
[3] Pável Florenski, El iconostasio. Una teoría de la estética, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2018, p. 90. Leer PDF
[4]
Recientemente pude ver La muerte de Luis XIV (Albert Serra, 2016) y me pareció
formar parte de ese acontecimiento, como un familiar o un lacayo. Como todo en
el barroco, su “ropaje” acentúa la presencia de las cosas: la intensidad del representación, desde lo visual, se extiende a lo tactil, lo gustativo…lo olfativo.