19.5.08

XIV
Atalaya y celosía. El limen del bosque está en la colina sin nombre.
Quedo perfilado por el musgo. Recogido en un limbo de liquen luminiscente.
Quedo al socaire del temblor del tiempo.
Ya cáliz de lluvias.

En la impronta hecha sombra me descubro.
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XIII
Ahora que ya no estás tu nombre vuelve descalzo sus pasos sobra la piedra o el papel. Y se vacía de ti sumergiéndote en el recuerdo.
Una mujer, por siempre joven, ríe sentada sobre la hierba. Queda atrás un horizonte desde el que se asoman sorprendidos los fresnos.
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XII
De tu voluntad por permanecer nació un serbal solitario. Cimbra del mundo en el misterioso eje de los días, alzándose sobre rastrojos ondulantes y barbechos.
En la quietud de esta tarde, sus frutos rojo sangre, tu contemplas.
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XI
Como pequeños animales pasaron los días. Moldearon tu presencia en el vaciado de imperceptibles arañazos en pasillos, puertas y alcobas. En esta casa, donde los objetos permanecen aún en desorden, inalterados, sagrados. Desde aquel día en que te fundiste precipitadamente con el aire, en este crisol que ya para siempre habitas.
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X
Como una sombra en la profundidad del ámbar. Errante por sotos umbríos. Al acecho de un reflejo en la fuente clara.

Y en los campos labrados descansa, en la mirada de los bueyes, esperando la caligrafía del agua.
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I X
Tu voz, como rama quebrada, tendida bajo un cielo tan blanco. Y en el fondo de este abismo de luz misteriosamente habitas tu propia sombra.

Tu rostro, empapado de fulgor, ha sido recuerdo antes de su anunciación.
Ya nada podrá quedar oculto en este espacio atravesado por insectos y rizomas de sol.
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VIII
Ya no queda duelo ni lamento. Eres sólo tu reflejo en el estanque, un fulgor entre las sombras, cancela de la memoria silente que habitas.

Cuerpos discurren minerales y translúcidos por barrancos de arenas rojas, cercados por un clamor de flores y pájaros nunca antes conocido.
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VII
Llegas al fin y tras de ti apenas queda nada. Escritura sobre la hierba, ramas que recuperan o toman nueva posición hambrientas de luz.
Aquí, bajo el borde del páramo, donde el agua se recoge sobre la fina arena de la disolución.
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VI
Vegetación impenetrable, maraña sólo infinita para niños perdidos y caracoles.

Luz alba de los grandes árboles descortezados, consumido su interior por pequeños insectos.

Bajo mantos de álamo, en la urdimbre de los pasos, ritmo oculto.
Como una canción de cuna es el latido cálido de la putrefacción.
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V

Encendemos un fuego con los días para soportar así el frío de la espera. La noche arrastra pavesas encendidas en la tormenta. Sombra fugitiva sobre laderas yermas. El viento siempre al acecho del último eco, de la última presencia.

Y retornar, sin cobijo, atravesando los páramos de la memoria. Ya nómadas. A la deriva. En la calma del horizonte.
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IV
Oscuro habitar, entre osamentas de árbol, piedra y barro. Erguida frente al aire. Trampa y laberinto para la persistencia de una luz que toma la espesura hasta la antesala de la germinación.
Y alimentándonos de cielo de leche agria. Durmientes sobre la ceniza que recoge como preciada ofrenda cada palpitar.

Ahora es el momento en que nuestros cuerpos gravitan en torno a esta casa, a su alcoba más oculta, médula de un universo en profunda y continua expansión.
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III
Tierra sumergida por los pasos. Rincón de perdida morada. Cuenca donde las pupilas encuentran reposo para después batir alas en las profundidades de tu extensión. Y liberada de leyenda, de nombre anónimo, ligera y muda bajo el estiércol. En esta hora de la llaga luminosa.
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II
En este lugar cada piedra es centro y miliario. Majanos hinchados como vientres, agrietadas clepsidras para recostar horizontes.
Mundo nombrado, necesariamente cóncavo, para dar así protección a la llama que desde el cenit de la mirada proyecta las sombras que definen nuestro rostro.
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I
Dónde están nuestros límites. Parece como si nos extendiésemos hasta la frontera de los sentidos -mixtura de percepción, memoria y deseo- y al hacerlo nuestro centro quedase herido ya que no puede existir alma soporte de tanta inmensidad, reteniendo tantos fragmentos unidos por hilo tan débil. Tejido recreado en cada instante, repetición que transforma el motivo hasta hacerlo casi irreconocible, ansia de formas en la forma, olvidando nacimientos, diluyéndose su origen.
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- PAISAJE sumergido. Entré en ti. En ti entréme lentamente. Entré con pie descalzo y no te hallé. Tú, sin embargo, estabas. No me viste. No teníamos ya señal con que decirnos nuestra mutua presencia. Cruzarse así, solos, sin verse. Pájaros amarillos. Transparencia absoluta de la proximidad.
J. A. Valente

- Montaña, roca, bambú, árbol, rizos de agua, nieblas y nubes, ninguna de estas cosas tiene forma fija; en cambio, cada una tiene una línea interna constante.
Su Dongpo

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LIMEN
Cuaderno de textos
Julián Valle

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